martes, 10 de febrero de 2015

PV

Si escribirle al amor duele, yo quiero escribírtelo hoy a ti, aunque mañana escribirme contigo me duela o leerme sin ti me mate.
Apareciste en mi vida y fuiste la única persona capaz de derretir mi hielo, más no sabías que no estaba preparada para el tsunami que vendría cuando me hicieses todo agua. Quizás por eso desde entonces hemos sido de altibajos, como la marea de mis playas, como las montañas rusas de los parques de atracciones de Madrid, hemos caído a lo más profundo y nos hemos levantado. Pero nos crecemos con las batallas y no nos separamos. Porque sí. Porque nosotras sí. Y es bonito vernos ser, aunque a veces breves, aunque a veces nada, pero siempre lo somos todo.
No sé con qué recuerdo quieres que te eche de menos, pero sueles pasearte por mi mente sonriendo, haciendo el tonto ante el espejo mientras te lavas los dientes o asomando la cabeza tras la mampara de la ducha, haciéndome reír al instante. A veces, apareces mirándome seria con las manos frías a causa de los nervios, otras, por el contrario, me miras con ojos traviesos y a veces incluso con ellos llorando en alguna estación. También recuerdo tener la sensación de que me faltó algún que otro paseo a besos por tus vértebras o verte más, no lo sé. Lo que si sé es que te quise más de lo que he podido querer a nadie jamás y eso amor mío, ya es mucho.
Ahora volvemos a empezar, una y otra vez, intentando volver a aquella amistad de un tiempo pasado, pero el mejor principio lo tuve en tus labios, porque aunque era en tus ojos donde estaba la magia, eran tus labios los dueños del fuego. Iba de camino al cielo y acabé en tu cuello pero eso, eso es otra historia.
Digamos que no me apetece acabar de escribir, al igual que no me apetece acabar de quererte, de tenerte, en mi vida o en mi recuerdo, eso es lo de menos, pero nunca ausente, porque aunque tu presencia crea el caos, es el caos más perfecto -o la perfección más caótica- que he albergado en mi interior y eso, eso no lo cambio por nada.